7.23.2005
Y nos dejan estúpidos.
Ridículos y huérfanos.
Una palabra absurda tras la que todo el mundo corre desenfrenadamente.
Desaforadamente.
Desesperadamente.
Quizás porque quienes aún viven saben que morirán, y creen entonces que aún les resta algo por proteger.
Quizás...
Ridículos y huérfanos.
Una palabra absurda tras la que todo el mundo corre desenfrenadamente.
Desaforadamente.
Desesperadamente.
Quizás porque quienes aún viven saben que morirán, y creen entonces que aún les resta algo por proteger.
Quizás...
Y, entonces, ella.
Ella, sentada, en mitad de la noche (es una noche en blanco y negro y hace por tanto mucho y oscuro frío y hay un agua tan fina que parece tamizarse por encima de nosotros, una llovizna que nos riega como harina, que nos devuelve a esos pasos de baile que creímos olvidados -y la pregunta, siempre, y su por qué, por qué, y yo que ya no sé qué contestarle...).
Ella, de pie, su abrigo largo enmarcando su silueta, los guantes que conserva de cuando era niña, la larga bufanda que le tejió la madre (ella odia a su madre e idolatra su bufanda, o tal vez es la madre quien la odia, o se odia, ella usa su bufanda azul como un emblema, como un escudo azul contra la noche, ella es la amante de la noche invicta y por eso es que precisa defenderse de su negrura, puntas de lana azul, muy largas, que caen de ella, igual que caería el agua de sus manos si fuese -acaso- una deidad de lluvia).
Ella que me dice: no importa tu nombre. Hace ya demasiado que intento nombrarte, y te he cosido ya muchos diferentes colores oscuros.
Y estás, a pesar, al pensar, al pasar, estás en mitad del silencio, varado, justo cuando sientes que ya no te nombro.
Ella, sentada, de pie, en claroscuro.
Silencio.
Deja que hablen por nosotros.
No tienes más que ser humo para ser.
Y entonces las palabras aparecen, y yo me pregunto si es porque tenían que llegar.
/Me susurra: hoy y aquí, le hemos robado el frío al Señor de las Nubes, o a cualquier historia alemana de vampiros.
Queda prohibido hablar de mis zapatos de taco.
Cuando algo sea hermoso, nunca preguntes para qué.
Luego, quiere seguir listando cosas y yo ya no la dejo.
Azul es un bonito color para el telón de hoy./
Ella, sentada, en mitad de la noche (es una noche en blanco y negro y hace por tanto mucho y oscuro frío y hay un agua tan fina que parece tamizarse por encima de nosotros, una llovizna que nos riega como harina, que nos devuelve a esos pasos de baile que creímos olvidados -y la pregunta, siempre, y su por qué, por qué, y yo que ya no sé qué contestarle...).
Ella, de pie, su abrigo largo enmarcando su silueta, los guantes que conserva de cuando era niña, la larga bufanda que le tejió la madre (ella odia a su madre e idolatra su bufanda, o tal vez es la madre quien la odia, o se odia, ella usa su bufanda azul como un emblema, como un escudo azul contra la noche, ella es la amante de la noche invicta y por eso es que precisa defenderse de su negrura, puntas de lana azul, muy largas, que caen de ella, igual que caería el agua de sus manos si fuese -acaso- una deidad de lluvia).
Ella que me dice: no importa tu nombre. Hace ya demasiado que intento nombrarte, y te he cosido ya muchos diferentes colores oscuros.
Y estás, a pesar, al pensar, al pasar, estás en mitad del silencio, varado, justo cuando sientes que ya no te nombro.
Ella, sentada, de pie, en claroscuro.
Silencio.
Deja que hablen por nosotros.
No tienes más que ser humo para ser.
Y entonces las palabras aparecen, y yo me pregunto si es porque tenían que llegar.
/Me susurra: hoy y aquí, le hemos robado el frío al Señor de las Nubes, o a cualquier historia alemana de vampiros.
Queda prohibido hablar de mis zapatos de taco.
Cuando algo sea hermoso, nunca preguntes para qué.
Luego, quiere seguir listando cosas y yo ya no la dejo.
Azul es un bonito color para el telón de hoy./